sábado, 25 de julio de 2020

De lo que soy capaz y ni siquiera lo creo.

Buenas, buenas mis queridos y probablemente inexistentes lectores, en esta magnífica velada en la que estoy siendo acompañada por el par de peluditos amigos que han decidido llegar a mi vida (Dante y el buen Pana), les confirmo algo que muchos saben: ya no escribo como antes.

Va desde el toque, mi encanto, no lo sé, hay algo en mí que siento muy, muy... diferente. No es que haya perdido las ganas o algo por el estilo, simplemente ya no es lo que solía ser, y no sé si tomarlo como una evolución o adaptación de mi texto o un retraso de mis facultades como escritora. Entre que son peras o son manzanas, la vida sigue, y va tan rápido que me pierdo en el infinito d e su inmensidad y sólo me queda mirar a la explanada del tiempo en lo que se me escurre la mente entre espasmos de realidad y una abrumadora existencia casi o totalmente insignificante.

No es por hacerme la interesante, pero hace mucho que siento que mi vida carece totalmente de ese sentido común de supervivencia o lo tengo en exceso que ya hasta aprendí a convivir con ello. Mirar al frente y seguir. ¿Es eso vivir, Dios?

Tengo nuevas notas que regalarles, a las personas que quizás les importe un poco:

"Dios nos dio el temor para que no pudiéramos dormir solos".

"Hay tantos momentos de mi vida en los que no quisiera llegar a casa, sólo quisiera que el tiempo de congelara... ¿qué hizo que pasara de un sufrimiento a otro?"

Creo que... es suficiente por hoy.

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